Gloria Arellano de la Rosa se dijo a sí misma que no iba a llorar. Si lloro, pensó, ellos también llorarán.
Y lo último que quería era hacer que sus hijos se quedaran llorando luego de haber pasado el primer mes juntos en nueve años.
“Ya saben lo que es bueno y lo que es malo”, les dijo a tres de sus cuatro hijos en la garita de Nogales. “Así es que sigan lo bueno”.
Después de persignarlos una última vez, Gloria caminó por la misma acera peatonal por la que había caminado un mes atrás. Pasó los camiones de comida, a los taxistas y navegó las calles transitadas del centro de Nogales, Sonora, hasta llegar a su pequeño departamento.
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Pensó en el tiempo que pasaron juntos y la razón por la que había estado ahí: A su esposo le habían dado unas semanas de vida.
Gloria no ha podido regresar a vivir a Arizona desde que la castigaron en el 2009 por 10 años por haber estado en el país sin documentos. No importó que no tuviera antecedentes penales ni que estuviera casada con un ciudadano estadounidense. No importó que tuviera cuatro niños nacidos aquí esperándola en casa.
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En todo el país hay más de 4.5 millones de menores ciudadanos con al menos un padre indocumentado. Aunque no hay cifras exactas de cuántos de ellos se han visto afectados por una deportación o castigo como el de Gloria, en sitios como el sur de ճܳó, donde esta familia creció, estas historias son comunes.
Historias que ilustran las complejidades de un sistema migratorio que, ambas partes aseveran, está roto. Al igual que las consecuencias de una ley del 1996 que agravó errores cometidos por Gloria y su esposo.
Antes de esa ley, lo más probable es que Gloria hubiera pagado una multa por haber vivido en el país de manera ilegal, ajustado su estatus y regresado a vivir con su familia en ճܳó. En cambio, tuvieron que escoger entre que sus hijos crecieran con su mamá o aprovechar las oportunidades que conlleva ser estadounidense.
Escogieron lo segundo.
Pero por un momento, a finales de agosto, no había que escoger. Tenían 30 días para ser una familia completa nuevamente.

Gloria Arellano de la Rosa, derecha, y su hijo Bill de la Rosa, transmiten un video por Facebook al salir de la garita de Nogales luego de que el gobierno le otorgara un permiso humanitario por 30 días para visitar a su esposo enfermo el 24 de agosto de 2018. Tan sólo unos días antes, las autoridades le habían negado el permiso por haber vivido en el país de manera indocumentada.
DE REGRESO A CASA
En el momento en que Gloria entró a su casa en ճܳó, una que no había visto en siete años, su hija Naomi le brincó encima, tal y como lo hacía cuando su mamá llevaba tamales a su clase de tercer grado.
“Yo también te extraño”, exclamó Gloria con un quejido por el peso de su hija de casi 18 años.
Los hermanos de la Rosa habían esperado la llegada de su mamá por varios días, cuando Gloria primero fue a la garita a pedir un permiso humanitario para poder regresar. Pero aquel día los oficiales de migración y aduanas se lo negaron. Como razón citaron la negación que recibió para la residencia permanente y el castigo del 2009.
Pero luego de una campaña intensa que incluyó más de 16,000 firmas en línea, una rueda de prensa con el congresista Raúl Grijalva, documentos adicionales y la promesa de su abogado de migración de que él se comprometía a regresarla a Nogales, el gobierno cambió de decisión y el 24 de agosto le otorgó el permiso por un mes para que pudiera regresar a despedirse de su esposo y estar con sus hijos durante ese momento difícil.
En el camino de Nogales a ճܳó ese día, su hijo Bill le puso la canción del artista de reggaetón Bad Bunny “Estamos bien”, una frase que le repetía una y otra vez conforme manejaba las 60 millas hacia el Norte.
Naomi pasó gran parte de la mañana barriendo y trapeando la casa, quería asegurarse de que todo estuviera listo para cuando su mamá llegara.
La última vez que Gloria había estado en esa casa fue en el 2011, cuando a su esposo le dio la primera embolia y el gobierno le dio permiso de venir a visitarlo por algunos días, aunque la mayor parte de ese tiempo la pasaron en el hospital.
Pero esta vez sería diferente. No sólo Gloria estaría en Estados Unidos más tiempo, sino que también sería la última vez que estarían todos juntos como familia.
Los primeros días, Gloria se la pasó cocinando todos los platillos favoritos para una casa llena. Los muchachos querían presumirles a todos sus amigos la sazón de su mamá.
Por primera vez en mucho tiempo no tenían que preocuparse de quién iban a cocinar, quién iba a recoger la mesa, a quién le tocaban los trastes. Gloria estaba ahí y después de tanto tiempo quería consentirlos.
En los últimos nueve años, cada hijo aprendió a tomar un papel diferente para poder seguir adelante.
Jim, de 26 años y el mayor de los cuatro, tuvo que dejar la marina estadunidense (U.S. Marine Corps), justo cuando podía haber ascendido a sargento si se hubiera enlistado de nuevo. Necesitaba regresar para cuidar de su padre de edad avanzada y estar ahí para sus hermanos pequeños.
Bill, de 24 años, es el motor que mueve a la familia, incluyendo a Gloria. Él es el que toma las decisiones familiares y, a pesar de que se mudó fuera del país para ir a la universidad, sigue hablando a casa para asegurarse de que sus hermanos hagan las tareas y cumplan con los pagos de la casa.

Gloria Arellano de la Rosa, derecha, se ríe con su hija Naomi, después de hacerles el desayuno por última vez antes de que Gloria tuviera que regresar a México el 24 de septiembre de 2018.
Naomi, de 18 años, aprendió a cocinar, a limpiar y a cuidar de su hermano pequeño —su bebé, como dice ella. Siempre balanceando la vida de estudiante con la vida de ama de casa.
Bobby, de 13 años, creció en ambos mundos, extrañando a su mamá cuando estaba en ճܳó y a su papá y hermanos cuando estaba en Nogales, Sonora. Conforme fue creciendo, también le tocó asumir mayores responsabilidades, incluyendo servirle el desayuno a su papá y ayudar con sus medicinas.
Mientras tanto, Gloria aprendió a criarlos por teléfono. Les mandaba comida para que no tuvieran que cocinar todo el tiempo y les lavaba la ropa cuando la visitaban para que, aunque fuera por un momento, se pudieran relajar y actuar conforme a sus edades. También les ayudaba a cuidar de su papá cuando Arsenio aún podía viajar a Nogales, Sonora.
La última vez que Arsenio la visitó en México fue para el día de Acción de Gracias el año pasado, antes de que su salud se deteriorara. Una de las primeras cosas que Gloria hizo cuando pudo cruzar a ճܳó fue visitar a su esposo en el centro médico. “Chenito, Chenito”, lo llamó mientras le tomaba su mano frágil. “Aquí estoy para cuidarte”.

Gloria Arellano de la Rosa, derecha, ve por primera vez en nueve meses a su esposo de 85 años, Arsenio de la Rosa, en un centro de rehabilitación el 24 de agosto de 2018 en ճܳó, Arizona, después de que el gobierno le accediera regresar por 30 días para poderse despedir de él.
APRENDIENDO A SER FUERTES
Desde que eran pequeños, los hermanos De la Rosa aprendieron a hacerse fuertes. Si tenían ganas de llorar, eso era para hacerlo en privado. No porque se avergonzaran, sino porque no querían que los demás se pusieran tristes.
El no mostrar sus emociones era un símbolo de fortaleza. Era algo que su papá hacía. Que su mamá hacía. Y ellos aprendieron a hacerlo.
Conforme se iba deteriorando la salud de su papá, Bill empezó a imaginarse cómo iba a ser cuando falleciera y lo que él tendría que ser para cada hermano.
Antes de que partiera el 2 de septiembre de regreso a Inglaterra, en donde estudia una maestría, Bill presentía que se despedía de su papá por última vez. Su papá estaba internado luego de haber sufrido una úlcera y una segunda embolia semanas atrás.
Como era su costumbre, se acercó a su padre y colocó su frente cerca de su rostro hasta sentir el roce de sus labios.
Dos días después, Arsenio de la Rosa falleció. Tenía 85 años.

La familia de Arsenio de la Rosa posa para una foto al lado de fotografías de cuando Arsenio era joven, después del funeral en la Iglesia del Sagrado Corazón en ճܳó, Arizona. Gloria Arellano de la Rosa, esposa de Arsenio, pudo viajar desde Nogales, Sonora, en donde ha vivido desde el 2009, gracias a un permiso que el gobierno le otorgó para poder ver a su esposo antes de fallecer.
Nada los pudo haber preparado para confrontar la pérdida de su ídolo. El hombre que les decía que no importaba si eran zapateros, sólo quería que fueran los mejores zapateros.
El piloto orgulloso que no sólo se presentaba como Arsenio de la Rosa, sino como Arsenio de la Rosa Higgins, de raíces irlandesas y cuya familia incluye un piloto de la Fuerza Naval estadounidense que desapareció durante la Guerra de Vietnam —por quien nombraron a su hijo más pequeño, Bobby.
Jim, quien es más reservado, quedó en shock luego de la muerte de su papá. Con su cara enrojecida, no quería hablar con nadie.
Cuando Jim y Bill platican, usualmente es sobre lo que tiene que hacer cada uno para solucionar algún problema.
Todos son maestros en separar lo personal de lo pragmático. “Porque tenemos que hacerlo”, señaló Bill. “Porque esta situación requiere que hagamos las cosas así”.
Durante mucho tiempo, Bobby temía que este momento llegara, pero nunca perdió la esperanza. Confiaba en que su papá, quien siempre había sido fuerte, iba a usar esa misma fuerza para recuperarse y finalmente toda la familia iba a poder estar junta nuevamente.
Pero al final no fue así, dijo Bobby, tratando de contener sus lágrimas.
Una foto de su padre cuando tenía 26 años es un recuerdo constante de su pérdida, pero en vez de platicar con su mamá cuando se siente triste, Bobby se va a su cuarto a hablar con sus amigos o llora en el baño —aun cuando Gloria le reafirma que está bien sentirse triste, que puede llorar.
Una de las pocas veces que Naomi bajó la guardia y lloró enfrente de su familia fue tras la muerte de su papá, cuando la familia tuvo la oportunidad de despedirse de él en privado —la otra ocasión fue un año que no pudieron pasar Navidad juntos porque el papá estaba hospitalizado.

Naomi de la Rosa abraza a su mamá, Gloria, después del funeral de su papá en la Iglesia del Sagrado Corazón en ճܳó, Arizona, el 8 de septiembre de 2018. Gloria, quien vive en Nogales, Sonora, desde el 2009, pudo asistir luego de que el gobierno estadounidense le otorgara un permiso humanitario de 30 días para visitar a su esposo durante sus últimos días de vida.
“Dios mío, lo abracé tanto”, recordó Naomi. “Y mi mamá estaba como, ‘ya Naomi, nos tenemos que ir’, tratando de jalarme, pero yo estaba como pegada a mi papá y no lo podía dejar ir”.
Ella era quien le servía el café a Arsenio todas las mañanas: una cucharada de café, con cuatro cucharadas de azúcar, mezclados con tres partes de agua y una de leche y servido en su taza favorita despostillada de los lados. Y en las noches le servía su suplemento de Ensure.
En estos momentos, Naomi pensó en una película, “The Cobbler,” dijo, en donde uno de los personajes dice que todos viven su mejor día antes de morir. “Mi papá siempre quiso vernos a todos juntos nuevamente, y cuando lo hizo, murió … había vivido su mejor día”.
A pesar de que su tiempo juntos había sido corto, ahí estaba Gloria para confortarlos, para ser un pilar en el que ellos se pudieran apoyar, tal y como les había dicho a los oficiales de migración cuando pidió permiso para regresar.
“Su papi se nos adelantó, pasó a mejor vida”, les dijo. “Pero donde quiera que caminan los anda cuidando”.
Los hermanos De la Rosa no tenían que esconder sus emociones, se podían soltar un poquito. Pero, al final, no podían dejar de ser quienes han aprendido a ser.
Bobby se ha enseñado a sí mismo a no atorarse en esos momentos difíciles y a creer que todo va a estar bien.

Familiares y amigos caminan junto al cuerpo de Aresnio durante su funeral en la Iglesia del Sagrado Corazón el 8 de septiembre de 2018, en ճܳó, Arizona. Gloria Arellano de la Rosa, esposa de Arsenio y residente de Nogales, Sonora, pudo asistir gracias a un permiso humanitario que el gobierno le dio antes de que falleciera su esposo.
“Creo que como que he aceptado el hecho de que mi papá falleció y como que tengo que seguir adelante, porque luego me voy a poner triste y no voy a poder pensar bien”, dijo una semana después de que muriera su padre.
Lo mismo hizo cuando el gobierno le prohibió a su mamá regresar por 10 años. “Me di cuenta de que tenía que aceptar el hecho de que ella no iba a regresar por un tiempo. Si no lo hacía, no me iba a ir bien en la escuela”.
Cuando Bill se paró en frente de decenas de amigos y familiares que los han acompañado y apoyado durante todos estos años para hablar de su papá, sus hermanos eran a quienes tenía en mente. Tenía que hacerlos sentir mejor, incluyendo a su medio hermano Arsenio Jr., hijo mayor del primer matrimonio de su papá.
“Arsenio, Jim, Naomi, Bobby, papi está con ustedes y en nuestros corazones. Siempre va a estar con nosotros”, les dijo, viendo a cada uno de ellos a los ojos.
“Me lo imagino volando en las nubes a todo lo que da y a su lado el mejor copiloto, Cristo Jesús.
Algún día, quizás no ahora, quizás no mañana, pensaremos en nuestro Arsenio de la Rosa Higgins y una sonrisa nos llegará antes que una lágrima. Que descanse en paz”.

Gloria Arellano de la Rosa, derecha, le pide a Bobby que le ayude a sacar la basura antes de regresar a Nogales, Sonora. El 24 de septiembre de 2018 fue el último día del permiso humanitario que el gobierno le otorgó a Gloria para poderse despedir de su esposo Arsenio, a quien los médicos le dieron un par de semanas de vida.
DÍA A DÍA
Después del funeral, la familia trató de disfrutar los 16 días que les quedaban juntos antes de que Gloria tuviera que regresar a México. Era su dolor coexistiendo con su añoranza por la normalidad. Bobby recargando su cabeza en los hombros de mamá; Gloria contando anécdotas y limpiando la casa, cocinando los platillos favoritos de sus hijos.
“Ma, ¿y si te compro cosas para hacer tamales los vas a hacer?”, le preguntó un día Naomi.
“Necesito muchas cosas mija”, le contestó Gloria. “Aceitunas, masa, hojas, manteca, carne…”
“Ahí esta la tienda. Ahí te llevo y te compro”, dijo Naomi.
“Navidad llegó temprano”, recalcó con una gran sonrisa luego de convencer a su mamá.
Pero aun cuando empezaron a vivir momentos que podrían pasar por rutinarios, como si Gloria no hubiera estado ausente por casi una década, la realidad es que no ha estado ahí y que sus hijos han construido sus vidas alrededor del vacío que ella dejó.
Dentro de los gabinetes de la cocina Gloria encontró una bolsa con cajas de vitaminas con el nombre de cada hijo escrito en ellas, sin abrir. Las había mandado de Nogales.
“¿Crees que es justo venir y encontrar todo esto?”, le reclamó a Naomi. “Me las voy a llevar a Nogales para donarlas antes de que caduquen. Ya no más”.
Nunca pensaron que las iba a encontrar.
También echó de menos una olla roja que era de su suegra, un rebozo que le había dado una pareja de la India para la que trabajaba y un mantel que había tejido ella misma. No es que tuvieran un valor monetario, dijo, pero significan algo para ella.
“Mamá, olvídate de esas cosas”, le contestó Jim cuando le preguntó qué había sido de ellas. “¿Cómo vas a pensar que van a estar en donde tú las dejaste hace nueve años?”.
Cuando no está en clases, Bobby pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación jugando videojuegos. Para él es una manera de escaparse por medio de sus amigos, a quienes conoce desde que tenían tres, cuatro años.
“Si no estoy contento los trato de poner contentos a ellos, y si ellos están contentos, eso me pone feliz”, dijo. “Básicamente son como mi familia”.
Pero todo lo que su mamá y su hermano Bill ven es que Bobby pasa demasiado tiempo dentro de casa, sin interactuar con el mundo exterior.

Bobby de la Rosa, de 13 años, abre su primer teléfono celular que su medio hermano y su esposa le regalaron para que se pueda mantener en contacto con su mamá, Gloria, quien tuvo que regresar a Nogales, Sonora, el 24 de septiembre, el día que se le venció el permiso humanitario.
Gloria encontró una boleta dentro de la habitación de Bobby dirigida al padre o guardián de Bob de la Rosa. Él no se la había mostrado. “Si no mejora esas C’s”, dijo Gloria, “no más videojuegos”.
Tampoco ha conocido a los maestros de Bobby. Todo mundo juzga cuando estás en secundaria, y no quiere lidiar con todas las preguntas, dijo.
“Porque mi mamá realmente nunca ha estado conmigo y se me hace que todos saben eso. Así es que si la ven va a ser extraño”, dijo Bobby. Quiere que su mamá conozca a sus maestros, pero no cuando todos estén ahí.
Cuando Gloria lo recoge de la escuela — algo que nunca había hecho— y le pregunta cómo le fue, Bobby contesta con monosílabos.
Los hermanos también están acostumbrados a hacer las cosas a su manera.
Aunque aprecia tener a alguien que se encarga de lavar, dijo Bill, Gloria revuelve la ropa de todos, porque no sabe qué calcetines o camisetas son de quién. “Secuestró mi ropa”, bromeó.
A Bill le gusta el café más cargado y sin azúcar. Gloria lo prepara con menos café y más azúcar. También trata de comer comidas bajas en grasa, Gloria siempre sirve las comidas con tortillas.
“Este tiempo me hizo darme cuenta de lo independiente que me he hecho sin ella aquí”, dijo mientras alistaba sus maletas para regresar a Inglaterra.
Pero quizás fue aún mas desorientador para Naomi.
La alegría de despertarse con un “ya levántate mijita”, algo que su mamá no había podido hacer desde que estaba en tercer grado, aunado a la frustración de que te digan que no puedes ir al cine a las 8:30 p.m. porque eres niña de casa.
Una mañana, Gloria planeó visitar el campus universitario en donde estudia Naomi para ver cómo vivía su única hija.
Cuando vio a Naomi con su pelo largo agarrado en una cola de caballo y portando una blusa que enseñaba el ombligo, después de un “dame un abrazo, mi nena hermosa”, Gloria pronto comentó: “Y yo me enojo porque viene con esa ropita, y estoy mirando que hay chicas peor”.
“Es una crop top”, le contestó Naomi en inglés.
Dentro del dormitorio, Gloria pronto se puso a abrir cajones, diciéndole a Naomi que tiene que ser ordenada. De bajo de la cama encontró una muñeca que le había mandado de Nogales y le preguntó por qué no la tenía colgada.
“Porque no me gustan las decoraciones como a ti y al Jim”, le dijo Naomi.
Antes de irse, Gloria le pidió a Bill que se la colgara en una esquina.
Pero para Naomi era más que tener a su mamá diciéndole qué hacer. Limpiar, cocinar, cuidar a su hermano es su trabajo, es parte de su identidad. Tener a su mamá de regreso le da oportunidad de descansar, dijo, “pero de todos modos lo quiero hacer … no sé por qué”.

Naomi de la Rosa, de 18 años, le muestra a su mamá Gloria Arellano de la Rosa el campus universitario el 11 de septiembre de 2018. En el 2009, el gobierno estadounidense castigó a Gloria por 10 años debido a que vivió en el país de manera indocumentada, pero en agosto le otorgaron un permiso provisional humanitario para que pudiera despedirse de su esposo Arsenio, a quien los médicos le daban semanas de vida.
FALTAN POCOS DÍAS
En medio de las fricciones, la vida juntos se empezaba a sentir familiar. Pero con el fallecimiento de Arsenio aún había muchas cosas por hacer y el tiempo se acaba.
¿Quién va a tomar la custodia de Bobby? Acordaron que lo mejor sería que la compartieran Naomi y Jim, para que pudieran balancear mejor sus obligaciones de trabajo y escuela con las citas médicas y conferencias con maestros mientras Gloria regresa.
Su castigo se termina en octubre de 2019, y su abogado de migración, Mo Goldman, no cree que vaya a haber ningún problema.
“Aunque con esta administración siempre hay nuevos retos a los que nos enfrentamos casi semanalmente”, dijo. También es difícil predecir cómo va a actuar el oficial en el consulado.
Pero eso es el próximo año. Mientras tanto, Bobby necesita un celular, Naomi una cuenta de banco y queda pendiente una cita con el dentista.
No queda mucho tiempo, pero Naomi prefiere no pensar en eso y mejor enfocarse en los momentos que están viviendo juntos, como cuando llevó a su mamá a Food City.
“Nunca me imaginé que yo iba a manejar, especialmente con mi mamá”, dijo, manteniendo su ojos grandes y expresivos al igual que su sonrisa.
Y cuando Gloria le preguntó en dónde estaba la Maseca, rápidamente le pudo contestar que “por el pan, y estaba en lo correcto, porque conozco mi Food City”, señaló.
Mientras Naomi decidió vivir el momento, los días no pasaban desapercibidos para Bobby y Gloria.
Cada semana, Gloria contaba el número de viernes — el día en el que cruzó — que le quedaban.
“Me acuesto y me pongo a pensar, ¿y si me llega un documento o una noticia (que diga), ‘usted ya no se va a ir, se olvida de todo y se queda con sus hijos?’”.
Pero sabe que esos son sólo sueños y que en cualquier momento llegará la fecha.

Gloria Arellano de la Rosa camina de regreso a Nogales, Sonora, el 24 de septiembre de 2018, luego de haber pasado los últimos 30 días con sus hijos en ճܳó, algo que no había podido hacer en nueve años, debido a la prohibición del gobierno de cruzar a Estados Unidos por 10 años por haber vivido en el país de manera indocumentada.
EL ÚLTIMO DÍA
En su último día, el 24 de septiembre, Gloria se aseguró de que todos desayunaran y llegaran al colegio a tiempo. A su regreso, ella, Jim, Bobby y Naomi manejaron a Nogales, donde tenían que reunirse con el abogado a las 5 p.m.
Cuando menos lo pensó ya se había despedido de sus hijos, cruzado la frontera y se encontraba de regreso en Sonora.
Dentro de su pequeño departamento, con las paredes decoradas con fotos de sus hijos —Bill y Naomi con toga y birrete, Jim en su uniforme militar y Bobby posando con tres congresistas federales— se preguntaba cosas grandes y pequeñas. ¿Qué irán a comer? ¿Estarán haciendo la tarea? ¿Se estarán yendo por buen camino?
Del otro lado del Atlántico, Bill estudia su segunda maestría en la Universidad de Oxford y se trata de convencer a sí mismo de que la decisión de vivir lejos de casa una vez más va a valer la pena a largo plazo.
Espera regresar a Estados Unidos el año próximo y estudiar derecho. Con sus lentes de pasta, camisas abotonadas y zapatos de vestir, Bill se ve y actúa tal y como el político que algún día aspira a ser.
Especula que su padre lo nombró Bill por el presidente Bill Clinton —el favorito de su papá. Al igual, bromea que las amigas de su hermana que tenían un interés en él son futuras constituyentes y que la mesa de la cocina de la cual empezó a mandar correos y lanzar la campaña para traer a su mamá de regreso es su “cuarto de guerra”.
Jim trata de decidir cuál es el siguiente paso. Primero, su vida era la Marina y sus compañeros, pero lo tuvo que dejar atrás. Luego, todo giraba alrededor del cuidado de su papá; preocupándose de qué podría pasar cada vez que salía de casa o se iba a dormir. Ahora tiene que encontrar trabajo, tal vez en seguridad. Espera terminar su carrera en el colegio comunitario para poderse transferir a la universidad y eventualmente entrar a las fuerzas policiacas.
Naomi regresa a balancear la vida de mamá y de estudiante, pero ahora divide su tiempo entre la casa y la universidad. A veces quiere mandarle mensajes de texto a Bobby, pero se acuerda de que él está en la escuela y no le puede contestar.
Los fines de semana trata de ayudarles con la comida y la ropa y se convence a sí misma de que toda esta responsabilidad le va a servir cuando sea maestra. “Voy a saber cómo lidiar con Bobby y llevarlo a sus citas y cómo hablar con otros adultos”.
Por su parte, Bobby aprende a vivir sin su hermana, a quien alguna vez describió como su mejor, mejor, mejor amiga. Siente que ya no hablan tan a menudo ni se cuidan de igual manera uno al otro.
Aún espera ver a su padre sentado en su mismo lugar frente a la televisión cuando llega de la escuela. Y cuando está viendo películas y comiendo papitas se acuerda de Naomi y de cómo ambos solían hacerlo juntos, y eso lo entristece.
En Nogales, Gloria siente el peso del tiempo. Aprecia los 30 días que tuvo con sus hijos, la oportunidad de poderle decir adiós a su esposo de 27 años. Pero también siente un vacío en el corazón, tal y como se sentía hace nueve años.
Mientras esté lejos de sus hijos, siempre le faltará una parte de su corazón, dice. A un año de que se cumpla su castigo, todo lo que puede hacer es esperar para poderla recuperar.
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